La morfología idealista de Goethe, trata de la forma, de la formación y transformación de los cuerpos orgánicos. La idea es intuir, frente a una diversidad de formas una configuración abstracta unitaria de la que puedan deducirse formalmente las diferentes variables.
El método de trabajo es la morfología comparativa, que parte del supuesto de que los organismos deben definirse a partir de una estructura formal y no como adaptación a la función, lo contrario del método finalista que culminaría con Darwin (1802-1882). Un ejemplo de como debe emplearse este principio morfológico lo encontramos en una frase de Goefroy-Saint Hilaire (1772-1884), uno de los primeros morfólogos, que dice así: “las aves no tienen alas para volar sino que vuelan porque tienen alas”. Del predominio de la forma sobre la función deriva el principio básico de la morfología idealista, que es el tipo dinámico, es decir un tipo variable, alterable, adaptable, que está determinado por las condiciones del paisaje en el que se inscribe.
Aplicando la morfología comparativa de Goethe a la historia de las culturas Spengler[1] pudo diferenciar cada una de las culturas de las demás, analizarlas y corregir errores del esquema lineal en la interpretación de la historia. “Cada cultura posee sus propias posibilidades de expresión, que germinan, maduran, se marchitan y no reviven jamás. Hay muchas plásticas muy diferentes, muchas pinturas, muchas matemáticas, muchas físicas; cada una de ellas es, en su profunda esencia, totalmente diferente de las demás; cada una tiene su duración limitada; cada una está cerrada en si misma, como cada especie vegetal tiene sus propias flores y sus propios frutos, su tipo de crecimiento y su decadencia. Estas culturas, seres vivos de orden superior, crecen en una sublime ausencia de toda finalidad y propósito, como flores en el campo. Pertenecen, cual plantas y animales a la naturaleza viviente de Goethe, no a la naturaleza de Newton. Yo veo en la historia universal la imagen de una eterna formación y deformación, de un maravilloso advenimiento y perecimiento de formas orgánicas.
Si definimos las culturas como seres vivos, podemos decir que cada una de las distintas épocas por las que pasa cada cultura tiene un sentido biográfico. Spengler equipara la gran historia de cada cultura a la pequeña historia de una persona, un animal, un árbol o una flor: cada cultura debe considerarse como un ser animado, como un enorme organismo vivo que convierte las costumbres, los mitos, la técnica o el arte en expresiones de un mismo ser y con una única historia. Como cualquier organismo vivo, cada cultura tiene una forma y una duración determinadas.
Morfología comparativa de las ciudades.
Spengler considera las ciudades como encarnación física de las culturas: “Todas las grandes culturas son culturas urbanas. El hombre es un animal constructor de ciudades. Aquí encontramos el criterio propio de la historia universal, que se distingue claramente de la historia humana. La historia universal es la historia del hombre urbano. Los pueblos, los estados, la política, la religión, todas las artes, todas las ciencias, se fundan en un único protofenómeno de la existencia humana, en la ciudad”.
Las ciudades pueden variar a lo largo de la historia y de la geografía, pero la estructura morforlógica de las ciudades de cada cultura es siempre la misma y viene determinada por el símbolo primario, por ejemplo, las ciudades apolíneas, puntiformes cuya tendencia a la mínima expresión hacen que se multipliquen en lugar de crecer.
Las ciudades fáusticas, que se extendieron a lo largo de los caminos y se relacionaron a través de ellos y organizaron espacios y organizaron funcionalmente el espacio exterior que se separa unas ciudades de otras. Cuando estas ciudades crecieron, la población se trasladó fuera de las murallas y se introdujeron parques para cubrir las necesidades de espacio.
Las edades de las ciudades
Ciudades primitivas, el nacimiento de la ciudad, aún forman parte de la naturaleza, se funden con el paisaje, son aún casas que se apretujan a la sombra de un castillo o de un santuario y que sin alterar su forma interior, se convierten en casas ciudadanas por el solo hecho de no alzarse ya sobre un ambiente de campos y praderas, sino sobre un círculo de otras casas vecinas.
Ciudades posteriores, la lucha entre la ciudad y el campo. El arte, la religión, la ciencia, se va llenando poco a poco de inteligencia, se van haciendo extrañas a la tierra e incomprensibles para el labrador arraigado al terruño. Es una lucha entre la razón y la fe. “La ciudad posterior desafía al campo. Su silueta contradice las líneas de la naturaleza. La ciudad niega toda naturaleza. Quiere ser otra cosa, una cosa más elevada. La ciudad inventa una naturaleza artificial, pone fuentes en lugar de manantiales, cuadros de flores, estanques, tallos cortados, en lugar de praderas, charcas, y matorrales”
Ciudades mundiales, la civilización representa la victoria de la ciudad sobre le campo. La ciudad se libera del solar campesino y corre a su propia destrucción “Al fin se inicia la urbe, la urbe gigantesca, la ciudad como un mundo, la ciudad que debe ser sola y única. Y COMIENZA LA LABOR DESTRUCTIVA DE ANIQUILAR EL PAISAJE. Ahora la ciudad quiere reconstruir el campo a su propia semejanza. Y los senderos se convierten en vías militares, los bosques y los prados en parques, las montañas en puntos de vista panorámicos. Pero en la ciudad se abren amplios los pasos de las calles empedradas, llenas de polvo coloreado y de ruidos extraños. Aquí viven los hombres, como ningún ser natural podría nunca sospecharlo. Los trajes y hasta los rostros armonizan con un fondo de adoquines”. “Ahora las viejas ciudades comienzan a prolongarse en todas direcciones con masas informe, viviendas de alquiler y construcciones útiles que van invadiendo el campo desierto. Se abren calles, se derriban edificios, se destruye, en suma, el rostro noble y digno de los antiguos tiempos. Ahora surgen los productos artificiales matemáticos, ajenos por completo a la vida del campo; esos engendros hijos de un finalismo intelectual; esas ciudades de los arquitectos municipales, que en todas las civilizaciones reproducen la forma del tablero de ajedrez, símbolo típico de falta de alma”.
Pocos se atreverían a decir que la situación actual sea muy distinta de la descrita por Spengler, pero algunos arquitectos, urbanistas y paisajistas de los siglos XIX y XX buscaron soluciones alternativas que fueran ecológicas, sostenibles y socialmente justas, unas soluciones que sirvieran de modelo para que en el presente y en el futuro se pudieran replanificar las grandes ciudades de una manera mucho más racional y eficiente que en la actualidad. Entre ellos Hilberseimer y Mies.
Referencia:
Hilberseimer y Mies
La metrópoli como ciudad jardín
Xavier Lloret i Ribeiro
Arquia/tesis